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Depeche Mode, Everywhere, Fleetwood Mac, Lucy Jordan, Marianne Faithfull, Songs of Faith and Devotion
Amaneció cerca de las siete, un poco antes, así era esta estación. El ruido del jardín, las aves que van y vienen a esa hora imitando el frenético movimiento de la gente por la ciudad, la luz del sol entrando por la ventana y ese característico olor de la mañana colándose en la habitación…así no era como él despertaba. No vivían en una linda casa con jardín en los suburbios, sino en un departamento del quinto piso de un edificio cerca del centro; en un barrio de clase media lindo, pero no ajeno al bullicio constante de la ciudad desde temprano. Aún así, cerca de las ocho él seguía en la cama, viendo al techo, haciendo acopio de energías desde algún lugar dentro de él, para poder empezar su día. A esa hora como siempre, A ya se había ido; trabajaba en una agencia de publicidad, preparando ideas y proyectos que mantuvieran a la gente entretenida, y motivando el consumo de cualquier cosa. Una vez él le ayudó con ideas para musicalizar una campaña de mermelada, necesitaba encontrar música que tuviera un toque de alegría que no fuera cursi. A le contó sobre los colores que usarían, las escenas de frutas fotografiadas en escenarios naturales, en canastas de mimbre, que reslataran sus colores. El producto se vendía en botellas de vidrio que recordaban los usados en las granjas de antaño para almacenar conservas durante el invierno, y A quería que la campaña, y por supuesto la música, tuviera “un aire de familiaridad y alegría como campirana”, así se lo explicó. Él, sin darle muchas vueltas le propuso dos o tres canciones que podría usar; A escogió Everywhere de Fleetwood Mac, lo cual no hubiera sido la primera idea de él, pero resultó ser el complemento perfecto y la campaña tuvo mucho éxito. Era un trabajo indudablemente inserto en los engranes de la vida global movida por el comercio, pero con elementos bastante creativos, y a él eso le gustaba, atesoraba esos momentos en que los dos coincidían, colaboraban en el trabajo del otro y pasaban largos ratos creando ideas para las campañas de A, o para los temas del programa de radio de él. A también, un par de días a la semana, impartía clase a primera hora en la universidad, y el resto, acudía al gimnasio antes de ir a trabajar, así que siempre salía de casa muy temprano.
Se levantó de la cama encendió un cigarro y mientras esperaba el ruidoso chillido de la tetera, de pie en la cocina, ansiando que el agua esté lista para preparar café, se dio cuenta de su angustia cotidiana: siempre está allí. Casi no piensa en ella, la siente todo el tiempo, es como esa pintura roja con negro y azul, de formas extrañas que parecieran un ave, que está colgado en la habitación que usan como estudio; está ahí desde hace mucho tiempo (fue un regalo), tanto que ya no llama su atención, está siempre, una presencia constante a la que ya se acostumbró. “Son como un velo, – pensó – una finísima y delicada tela en la que uno está envuelto siempre y a través de la cual se ve todo, mediado, interrumpido, por el color de la delgada tela, los estados de ánimo no sólo no permiten ver el mundo y a los otros tal cual son, sino que son parte de uno mismo, y por ello…”. La tetera empezó a chillar desesperada. La cotidianidad interrumpió su idea, como pasa siempre, por suerte.
Se preparó el café y mientras se lo tomaba hojeó una revista que estaba sobre la mesa, seguramente A la había dejado ahí. Encontró un artículo que hablaba sobre la aparente ironía de que un actor (¿o cantante?) se hubiera suicidado a pesar de que dedicó su vida a hacer reír a los demás con sus películas (lo cual confirma que era un actor y no un cantante). La dejó sin prestarle más atención, tenía la fortuna de poder despertar sin prisas, tomar café, dejar que el día se apoderara de él poco a poco como de Lucy Jordan en la balada de Marianne Faithfull. Podía disfrutar de la mañana, desayunar y escuchar música o leer antes de poner en marcha la maquinaria del día.
Sobra decir que él es el tipo de persona que aún compra discos, no tanto vinilos como CDs, es un espíritu de los noventa que no lo abandonó nunca, además de un hábito que él consideraba preciado; la idea de tener un álbum, la rutina de abrirlo y escucharlo por primera vez, recorrer las notas que lo acompañan y disfrutarlo de principio a fin, poseerlo, no sólo por medio de la escucha, sino físicamente, saber que es suyo ese pequeño objeto brillante que captura un periodo en la vida propia y la del autor. Los discos, como los libros, no son sólo una pieza artística, una obra que desvela el ser de uno mismo por medio de un lenguaje que nos es familiar y extranjero a la vez, sino también son un pequeño y a veces hermoso relicario que contiene todo un instante de nuestras vidas en su interior. Todos los significados, los sentimientos, las vivencias…el olor de la persona amada y el de la odiada, el sabor de la comida que nos recuerda a nuestra abuela, y la voz a la que le tememos porque nos recuerda a la de nuestro padre. Todo los que nos conforma en determinado momento de nuestra vida se almacena en ese relicario que para él son los CDs, y por eso, cuando los suecos inventaron ese sistema que permite a todos tener acceso a todo el catálogo musical hecho jamás, le pareció al mismo tiempo un motivo de celebración y de duelo. Cuando escuchamos una canción, no sólo recordamos la letra, o nos dejamos envolver por la música, también nos sentimos de nuevo en algún lugar, experimentamos de nuevo aquellas mismas sensaciones, y sale a la superficie ese que alguna vez fuimos y que se convirtió en pieza fundamental, una de muchísimas más, de lo que somos en este instante (y que está de nuevo por volver a cambiar).
Puso Songs of Faith and Devotion de Depeche Mode, una selección muy poco ortodoxa para la mañana. La noche anterior cuando venía a casa en su bicicleta, tuvo que cambiar un poco la ruta de siempre para pasar a comprar a una de esas tiendas que no cierran nunca, cigarros y una botella de vino barato. Recuerda que pensó “estas tiendas hacen mejor el trabajo de estar siempre disponibles y satisfacer las necesidades de cualquiera, a cualquier hora, que dios.” Sonrío para sí, eso le pasaba con esos pensamientos traviesos y herejes que a veces vienen y se van. Camino a la tienda pasó por una casa muy vieja, con apariencia de abandonada, gris como si estuviera llena de polvo por todos lados, y con una tenue luz que salía de la única ventana circular en lo que podría ser el ático, y como si el flash de una cámara lo sorprendiera, pensó en Get Right with Me, Walking in my Shoes y las otras ocho canciones del Songs of…a la vez que revivió, en el sentido más literal posible, las sensaciones de aquella época en que lo escuchaba una y otra vez. Cuando llegó a casa, toda la rutina y el sigilo nocturnos, hicieron que lo olvidara, pero el impulso de esta mañana por escucharlo probablemente responde a ese golpe de memoria que le atacó la noche anterior.
A los quince años, cuando uno no sabe mucho de casi nada, pero cree saberlo absolutamente todo, escuchó por primera vez ese disco que si bien no fue su iniciación musical, sí un despertar absoluto. Songs of Faith and Devotion se encuentra envuelto en un velo de misterio, desesperanza, dolor y tragedia; es la obra que resulta del episodio más obscuro al que se enfrentó Dave Gahan. En diez canciones la banda deja clara su decepción de dios y la fe, al mismo tiempo que deja salir toda la irreprimible sexualidad que desde entonces los acompaña; la fe y la devoción abandona la religiosidad, y se posicionan en lo más humano, lo más crudo y emocional que tenemos. Todas esas canciones se vuelven un grito de ayuda, una súplica de compasión, una voz que, desesperada deja ver cuánto duele ser uno mismo, y que ese dolor viene del reconocimiento de que no hay escapatoria a ello. Dave Gahan casi muere y destruye Depeche Mode en el proceso, porque encontrar los propios rincones obscuros no es fácil, y regresar de ellos lo es menos. Cuando él tenía trece, escuchó Songs of…y perdió, recuerda con claridad, toda conexión con la realidad por un rato, para despertar sabiendo que esos gritos eran como los suyos. A unas cuadras del departamento donde entonces vivía, hay, aún hoy, una casa de esas muy viejas y que le van quedando grandes a las familias, sucia, con apariencia de abandono involuntario; en el último piso, en una especie de ático/estudio rentaba un muchacho algunos años más grande que él, nunca supo su nombre, pero llamaba su atención que aparentemente el muchacho tenía una obsesión por el álbum tan grande como la suya. A él gustaba pasar por ahí, y escucharlo hasta la calle, cantar con todas sus fuerzas las canciones del Songs of…después de todo, lo mismo hacía él, encerrado en su recámara, odiando a todo y a todos como hace cualquier adolescente que no se comprende, pero que se siente reconfortado porque esas letras son la única explicación (la mejor) de lo que uno siente.
La verdad es que no sólo le gustaba pasar por ahí por la música, si bien le quedaba de paso para muchos de los lugares que frecuentaba: la tienda (que le pertenecía a la familia de uno de sus amigos) la parada del camión para ir a la escuela, o la casa de algunos otros de sus conocidos por ejemplo, le gustaba pasar por ahí pues ese muchacho, cuyo nombre nunca supo y con quien nunca cruzó una sola palabra, le parecía muy sensual… casi siempre sin camisa, dejando ver sus tatuajes, despertaba en él una combinación de susto y deseo que ahora revive con toda claridad. A los quince años él no estaba seguro de ser homosexual, no entendía el alcance de ello, pero sí notaba que ese otro muchacho lograba ponerlo, en tan solo unos segundos, en ese lugar en que se entrecruzan la excitación, la confusión, la necesidad de poseer, el deseo de ser ese otro y a la vez sentirse uno mismo.
A los quince él ya conocía a Depeche Mode bastante bien, y encontrarse con ese disco le dio un giro a su vida de manera muy sutil pero permanente, no sólo por la música, sino porque a la fecha revive a ese adolescente cada vez que escucha los acordes, pero no en una especie de añoranza, sino que revive ese que era él, y que hoy sigue siendo, conformado por sus propias vivencias pasadas, adicionadas a las que se han ido a cumulando a lo largo de los años. Él a veces se siente un poco blasfemo, como con el pensamiento de las tiendas que nunca cierran de la noche anterior, pero además, aunque haga todo lo posible porque los demás no lo noten, especialmente A, se siente confundido, perdido con más regularidad de la que él quisiera; se entristece sin razón y despierta de muy mal humor casi siempre; tal vez por eso es que la rutina de las mañanas en soledad le agrada tanto. Cree que el sexo no está atado al amor, al mismo tiempo que está convencido de que aquel es la mayor expresión de éste. La música lo deja explorar esas y muchas otras sensaciones, encontrar pedazos de su alma a los que no le gusta mucho enfrentarse, aunque también está seguro de que el alma no existe.
Mientas escuchaba Songs of…y tomaba café, pensó que ese álbum es el relicario de un momento de cambio por todo lo que la música le ayudó a descubrir, porque fue como la llave a algo que nunca había explorado y que desde entonces le hizo saber, un poco mejor, quién era él. Tal vez ese sería un bien tema para el programa de radio en los próximos días, pensó, hablar del despertar musical y personal que se unen en algún punto de la vida y que la marcan para siempre, aunque uno a veces lo pase por alto más adelante.