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Bryan Ferry, Keith Richards, Kurt Weill, Leonard Cohen, Mariane Faithfull, Mick Jagger, Morrissey, Nick Cave, Orlando, SoHo, The Decembrists, Virginia Woolf
Alguna vez tuvo una voz dulce, muy dulce, la voz perfecta para expresar la inocencia que no sólo relucía en cada una de sus apariciones públicas y fotografías sino, dicen, en su vida diaria. Después algo pasó, perdió toda la inocencia, y con ella la voz cambió…¡radicalmente!
Hace unos días encontré este concierto de Marianne Faithfull, es una combinación de canciones del Easy Come, Easy Go, y algunas considerablemente más viejas. En todas sus interpretaciones hay algo que va más allá de lo dramático, de hecho no parece que ella se proponga ser así, simplemente es ella… solitaria, dramática, llena de fuerza y mucho porte, triste pero recuperada del dolor inolvidable. Sus ojos hoy dejan ver el recuerdo de los malos ratos, un dolor de esos que uno dice que ya no está, que ya se fue y es sólo una memoria distante, aunque muy en el fondo, uno sabe que eso no es cierto, que no se irá nunca y porque hay soledades que jamas encuentran compañía y pesares que siempre están sobre los hombros.
La historia de Faithfull es fascinante: novia de Mick Jagger, y musa de los Stones por varios años, una chica de apariencia dulce y ojos enormes que se fue dejando llevar por la fama en que se encontraba envuelta, como si condujera un auto convertible por las carreteras cercanas a París, a toda velocidad pero sin frenos; llena de adrenalina, ignorancia y terror, y después no supo detenerlo, no pudo, hasta que chocó de la manera más brutal posible, pero sobrevivió.
Cuenta la historia, los tabloides y su autobiografía, que perdió un hijo antes de nacer, además de la custodia de su único hijo vivo gracias al cual ahora es abuela. Terminó viviendo en las calles, al borde de la muerte a causa de la siempre irónicamente llamada heroína, pero consolada por los desposeídos, los vagos, los adictos y el peligro que pierde su poder ante la resignación del final. Entonces algo pasó, sin importar quién la encontró, ni cómo la “rescató”, a Marianne le pasó lo mismo que al Orlando de Virginia Woolf: se transformó por completo, no en algo mejor, sino en otra versión de sí misma, diferente, nueva pero con la memoria y las vivencias intactas y siempre a flor de piel. Más sabia y lista para retomar su lugar en el mundo y volver a vivir.
Cuando alguien le pregunto su nombre y le pidió que cantara su voz era otra. Llena de humo, rasposa, grave, fuerte, poderosa. Marianne Faithfull era otra y la misma, igual que Orlando, y no sólo se adaptaba a su nuevo ser, sino que con el se insertaba una nueva era y estaba dispuesta a dejar su impronta en ella una vez más.
La música resurgió, a veces aclamada, a veces pasada por alto, pero siempre suya, la música no sería más la creación de Mick Jagger sino la propia. En la mayoría de sus discos Faithfull combina piezas originales, con covers de artistas tan dispares como The Decembrists, Leonard Cohen, Bryan Ferry, Kurt Weill o Morrissey, pero no sólo crea una versión nueva de ellas, sino que las hace suyas, las adopta y fusiona consigo misma de manera inigualable.
Marianne Faithfull se salvó de ser Lucy Jordan, tal vez nunca logre conducir por Paris en un auto deportivo con el viento cálido jugándole el cabello, pero tampoco negó la mano de ese hombre que se la extendió cuando ella estaba al borde del precipicio en la azotea de su edificio. ¿Quién habría sido ese hombre? No lo sabemos, tal vez cualquiera de los junkies de las calles de SoHo que le salvaron la vida una y otra vez a base de jeringas usadas, sin saber que estaban dejando que se desarrollara la una de las artistas de rock más grandes de los últimos cincuenta años.