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Benjamin Clementine, Björk, Bryan Ferry, Edith Piaf, Hesiodo, Marianne Faithfull, Nina Simone, Pandora, Vijay Iyer Trio
“La maravilla del jazz y el blues radica en la libertad; la libertad de sentir y decir sin romper los límites innecesariamente. Y es que, en contraste con el Rock and Roll, el jazz y el blues no buscan sólo hacerle grietas a los límites de la expresión para decir todo lo que el entorno limita, sino que juegan con las reglas de esa misma expresión, doblan sus límites sin romperlos, y logran remoldearlos a su antojo. Es como si las paredes que contienen y limitan se fueran reblandeciendo con cada nota, hasta que se vuelven maleables y se logra darles la forma deseada sin que se agrieten innecesaria e irremediablemente.” Después de esta reflexión comenzó a sonar Mystic Brew, interpretada por Vijay Iyer Trio. El volumen de la música subió un poco, el del micrófono del locutor bajó hasta hacer su voz desaparecer.
Mientras resonaba la música en el ambiente, se levantó, caminó hasta la mesa que estaba al fondo del cuarto aledaño a la cabina de transmisión, se sirvió más café, y caminó lentamente de regreso a la sala desde la cuál se proyectaban su voz, sus ideas y la música al aire de la ciudad, para llegar a los oídos del que lo conociera, o de uno que otro incauto que descubría su programa de radio cada noche, como por azar.Se dedicaba a la radio nocturna, una actividad casi olvidada gracias a los servicios de streaming; su favorito era ese que comparte nombre con la mujer que todo lo da, la que liberó de un recipiente todos los males del mundo, supuestamente sin intención, y cuya historia cuenta que dejó para la posteridad a la esperanza como el único mal no liberado. Él entendía el mito, admiraba a Hesíodo y no lo criticaría nunca, pero le causaba conflicto, inclusive le incomodaba, que la esperanza hubiera adquirido con el tiempo un matiz positivo…después de todo, si compartía la “caja” con tan indeseables conceptos, era por algo. Así le pasaba siempre: dejaba que la música sonara; la escogía todos los días concienzudamente, aunque con apariencia desenfadada y un poco descuidada, y mientras la compartía por las ondas de radio, rumiaba pensamientos que iban de lo inocuo a lo angustioso y de regreso con mucha velocidad.
“Reinterpretar…” comenzó “es más que sólo repetir lo creado por otro. Iyer y sus acompañantes transforman, con el álbum Historicity, composiciones de distintos géneros, en un lenguaje sonoro que choca con el oído, casi como cuando un sentimiento choca con el cerebro: no se puede asir, pero se sabe que está ahí. Como muchos otros jazzistas, Iyer y su trio establecen una conversación musical que coloca las composiciones propias y de otros, en el fluir de la historia, las llenan de significado, de emoción y las vuelven algo que se siente familiar y desconocido a la vez. Mi favorita…” siguió con un tono emocionado pero contenido, “…es Somewhere, ya sé que es bastante cursi, pero representa mejor que muchas otras piezas, lo que significa entender y no comprender del todo, la idea de la esperanza. Tal vez por eso no la escogí esta noche, bastante tenemos ya con vivir en una cotidianidad en que la esperanza se alimenta a diario de la desesperación, la arrogancia y la indiferencia, disfrazadas de hermandad e interés, con eso tenemos suficiente para lidiar por ahora.” Siguió la música, ahora le tocaba a Benjamin Clementine cantar Nemesis. Encontraba en Clementine una especie de híbrido entre el espíritu de Nina Simone y el encanto de Edith Piaf; su voz lo cautiva siempre, lo llena, irónicamente, de una soledad absoluta en la que cualquiera se puede perder al mismo tiempo que la llena de pensamientos enmarañados sobre lo que se siente vivir angustiado pero sin preocupación, sin zapatos que alejen la piel de la suciedad.
El programa de hoy había terminado. Seguían horas de música continua programada previamente en una Mac que vivía en el frío del cuarto de producción de la estación. Salió del edificio pensando qué tan difícil sería andar a casa en su bicicleta sin los zapatos puestos. Estuvo a punto de intentarlo pero siempre se le atravesaba la imagen de sí mismo haciendo cosas así en público, como visto por otro yo, un él que está fuera y lo ve y lo juzga siempre, y mejor se dejó los zapatos y comenzó a pedalear a casa.
En el camino escuchó una mezcla de Bryan Ferry, más Benjamin Clementine, Björk Guðmundsdóttir & tríó Guðmundar Ingólfssonar (la banda de jazz de la cantante islandesa) y Marianne Faithfull. Una combinación rara que “decidió” su iPhone, pero que a él no le pareció tan dispar. El soundtrack con el que pedaleaba por la ciudad solía ser así, y le permitía dar una personalidad poco usual a las calles por las que pasaba, llenas de gente cuando iba a trabajar, o vacías cuando regresaba a casa después del programa, pero con una especie de neblina formada por los deseos, frustraciones, pensamientos ahogados y la prisa de los que se mueven por ellas.
Nunca ha entendido cómo es que la gente acepta la inmovilidad del tránsito durante horas. No es que le guste la velocidad, sólo no le queda claro cómo es que hay quien trabaja para tener un artículo, icono de la modernidad, que al mismo tiempo es el epítome de la deshumanización, la falta de amabilidad, de contacto con el viento…una burbuja de aspiración disfrazada de necesidad. En el fondo, además de que andar en bicicleta mientras escucha música lo hace feliz, le complace ese guiño de diferencia y rareza que le brinda no usar un auto.
Llegó a casa, lo último que escuchó mientras subía las escaleras fue Paris Por Blimey. Descubrió a Benjamin Clementine casi por casualidad, lo escuchó cantar en algún programa de la BBC, de esos que se pueden “ver” sin prestar atención, y a la distancia se fue sintiendo cautivado por una voz particular que juega con eso que los que saben llaman avant garde, pero que para él no es otra cosa más que un fantasma de la voz y teatralidad de David Bowie, acompañado de sonidos que mezclan el piano clásico, casi impresionista de hace dos siglos, con la improvisación irreverente de una noche de jazz. I Tell a Fly es el segundo disco de Clementine, una obra muy rara; la sorpresa radica en que el soul, la música clásica y quien sabe qué tanto más, se mezclan para crear la base sonora de piezas que hablan de Aleppo, del bullying, de la soledad y de dos moscas enamoradas. La voz de Benjamin es cautivadora, como un personaje en sí misma, que toma posesión del hombre y del escucha, un personaje fuerte, que no te suelta una vez que te toma del brazo…
Ya dentro del departamento, encendió la televisión…
(¿continuará?)