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Aprendí a cocinar por necesidad. Cuando empecé a vivir solo me enfrenté al dilema de comer siempre cosas hechas al instante, comprar comida hecha o aprender a preparar comida de verdad. Comencé entonces a llamar por teléfono a Abi, quien por ser una abuela con todas “las de la ley” se dedicaba a cocinar para todos los que quisiéramos comer en su casa (con o sin aviso) e invitar a quien se nos diera la gana, pero no sólo eso, sino que lo hacía de la manera más deliciosa imaginable.
‘Cómo se hace el fideo?’ , ‘Cómo preparo arroz que no se pegue?’ Dios mío! El arroz! Ella preparaba el arroz más delicioso que he probado en mi vida entera! …así con preguntas de cómo se hace esto y cómo se prepara aquello, fui aprendiendo a cocinar bien y, sobretodo, descubriendo que el ingrediente principal en la cocina no es otro sino el ánimo. Hay quien dice que, en el caso de las abuelitas, el ingrediente esencial es el amor que le ponen a las cosas que preparan, y no lo dudo, pero en general, lo que hace de cualquier comida, algo delicioso o algo de verdad sin chiste y aburrido es el ánimo con el que se hace. Abi siempre lo preparó pensando en ella, no en un afán egoísta, eso jamás, sino en todo lo que ella quería decirnos por medio de las cosas que preparaba.
En casa de Abi siempre había dos cosas, arroz, esa delicia que ya mencioné, y frijoles; y ya sé que todos diremos que nuestra abuela es la que cocina mejor, la de cada uno, pero esos dos simples platillos, además de las infaltables gelatinas en pequeños recipientes de vidrio, eran esenciales y demostraban un ánimo amoroso y fraterno que te daba la bienvenida y volvía una simple tarde, en un acontecimiento cómodo, familiar y muy disfrutable para cualquiera que estuviera en su casa.
Hoy yo cocino mucho, me gusta hacerlo para mi y más me gusta hacerlo para la gente que quiero. Representa no sólo un distractor, sino tal vez, por el contrario, una manera de enfocar nis energías y mi sentir, en algo tangible y presente que espero, transmita un mensaje o, por lo menos, me quite el hambre de manera placentera.
Hoy Abi ya no cocina, y jamás probaré frijoles o arroz como el de ella. Nadie me preparará cada día de mi cumpleaños el postre que se me antoje, sólo para mi, para que me lo coma como un niño chiquito que no quiere que el amor ni el placer se terminen jamás. Pero lo que es un hecho es que gracias a esas llamadas por necesidad reconecté con probablemente la persona más importante de mi vida entera; la que salvó cada semana a un niño del vacío absoluto y que en cada cosa que preparo se hace presente con su ánimo.
Las fotos son de Gabriele Galimberti, que se dio a la tarea de fotografiar abuelas por todo el mundo, y los platillos que aman cocinar para los suyos.