Se conocieron caminando por la calle. Aunque decir que se conocieron es probablemente una exageración. Mientras él iba, como siempre, distraído entre la sinfonía contemporánea que venía del iPod, y los mensajes de texto con alguien a quien ni siquiera le interesaba mucho complacer; ella caminaba entre los locales y turistas que paseaban, como todas las noches, por una de las calles más concurridas de una pequeña ciudad que aveces parecía infinita, inagotable y a veces inhóspita…hostil.

Inevitablemente se cruzaron sus caminos, pero a diferencia de lo que sucede en las películas, no fue amor a primera vista. Tampoco fue un golpe duro en el que salieron volando cientos de papeles importantes que después serían el pretexto de un romance. Simplemente se vieron y, por una fracción de segundo, de esas que en la memoria se extienden por horas, cruzaron sus miradas, hicieron un movimiento casi imperceptible de sonrisa, sus pupilas se dilataron un poco y después siguieron caminando.

Él sólo buscaba un lugar en dónde cenar algo, sólo como casi siempre. El problema de hecho, no era encontrar un restaurante o un café, esos abundan; el problema era encontrar uno que no fuera inconscientemente hostil con los solteros. Por que al final de cuentas, pareciera que las ciudades, grandes o chicas, siempre ven con recelo, señalan de manera inmaterial, a aquellos que cenan solos, que van al cine solos, que disfrutan estar solos…o al menos que eso es lo que creen disfrutar. Finalmente encontró un café. Era lindo, con luces no tan tenues como para romancear (no estaba loco como para creer que estaba en una cita con Siri), con un menú decente, mejor que el de un fastfood y con mesas sobre la banqueta, que quedaban exactamente enfrente de un edificio que bien podría haber sido construido en los setenta, pero que no tenía nada de relevante, ni de bello, nada hip.

Cenó una ensalada, una copa de vino y un creme brule. Distraído, como de costumbre, no supo ni de qué manera ni por qué, golpeó la copa que estaba sobre la mesa y derramó el vino en sus jeans. Aturdido, buscando con qué limpiarse, se dio cuenta de que a su alrededor todas las mesas estaban ocupadas por parejas. Eso fue la verdadera gota que derramó la copa. Pidió la cuenta, dejó los billetes sobre la libretita negra y se fue, un poco molesto, un poco decepcionado de todo y de nada, como siempre.

Dio vuelta a la esquina, en una calle por la que casi nunca se iba a su casa, y no muy lejos vio una luz, algo que iluminaba una estructura roja…le causó curiosidad y caminó hacia allá…de cualquier manera ese era el camino a su departamento. Conforme se acercaba vio que la luz era, en realidad, una serie de foquitos que daban vida a una de esas instalaciones artísticas que siempre son hermosas y absolútamente irrelevantes. Sabía que la olvidaría en un par de horas, sin más, “está padre pero no tiene mucho sentido pensar en ese tipo de arte más de unos minutos. No le habla al espíritu, sólo satisface la curiosidad creadora de algún artista desconocido y con ínfulas de genio”.

Entró en el pequeño domo hecho de sombrillas rojas, se paró en el centro e imaginó que ese era un lugar que no era inhóspito, no era hostil con la gente sola, era una sombrilla contra las miradas de los demás, e irónicamente, se imaginó a sí mismo, frente a la chica con la que se cruzó en la calle un rayo antes. Por qué ella? Quien sabe! Enjoy!