“Vas a ser mi testigo, ok?” me preuntó Edgar el sábado pasado, muy sonriente aunque un poco nervioso. “Ok!” dije yo.
“Cuál es tu nombre completo?” había que ponerlo correctamente en el acta para que cuando me llamaran a firmar en frente de todos no hubiera ningún problema… Unos minutos después, Edgar y Vanessa estaban oficialmente casados por la ley civil; no hizo falta una boda religiosa, de todos modos él vestía un smoking (después de que Edgar practicara varios días hasta lograr anudar correctamente el moño) y ella un vestido blanco.

Lo que hizo que la boda de Edgar (un amigo mio que poco después de haberlo conocido irónicamente y no sin dramas mil de por medio, se iba a casar con otra mujer) diferente en mi opinión fueron varias cosas; por un lado, que a dios gracias, fue omitido el bailecito con globos, sombreros, silbatos y disfraces de Timbiriche (deleite de los treintones que en un mar de ironía se casan pero anhelan sus años de adolescentes) aunque cabe mencionar que ni en la boda de uno de los hombres más amantes del rock y la buena música que he conocido en toda mi vida, pudimos prescindir del idiota Caballo Dorado y su memorable bailecito de tabla gimnástica de secundaria oficial! Por otro lado, Edgar y Vanessa decidieron casarse en un ambiente mucho más relax que el común de las celebraciones del tipo, no había que ir de rigurosa etiqueta, un grupo de son cubano y una banda de jazz pusieron el soundtrack de la noche y, sobre todo, fue algo que en todo momento se notó honesto, eso es lo más importante, que la gente se divierta y comparta sin necesidad de poses tontas ni invitados innecesarios.
Ser su testigo de verdad me llenó de sorpresa y gusto, no sólo por que no lo esperaba, sino por que me di cuenta que es absolútamente mutuo el hecho de que aún sin frecuentarnos tanto, Edgar es uno de mis amigos más sinceros e incondicionales lo cual es más que suficiente para mi.
