Te levantas una mañana cualquiera, abres la ventana y… acaso te detienes un sólo instante a pensar en lo que ves? Sales a la calle, lidias con la gente y el tráfico, trabajas, regresas a casa, sales con tus cuates, ves a tu pareja, hacen el amor, te duermes… y acaso te permitiste contemplar todo con lo que te encontraste a cada paso? Seguramente no! Nunca lo hacemos, básicamente, tenemos unas vidas tan llenas de prisa y miles de cosas que hacer que se nos olvida lo más simple, observar y escuchar el mundo que en que nos encontramos.

A veces, cuando ando en la calle, de acuerdo a lo que voy viendo por todos lados, voy cambiando de canción para que la música se vuelva como el soundtrack de lo que sucede frente a mi (o junto a mi), es divertido, sobre todo cuando logras (no siempre se puede) que la música se adecue tanto que hasta perzca una coreografía sin que la gente lo sepa. Hace unos días iba camino a dar una clase, con mi iPod como siempre, cuando sin razón alguna, símplemente se dejó de escuchar el audífono del lado izquierdo, no es que sea un evento memorable, al menos no para muchos, pero sí es algo muy relevante para mi, simplemente me es muy dificil vivir sin música en todo momento, no es algo como de pose, mucho menos es capricho o por moda (aunque los audífonos ya se habían vuelto también parte de mi outfit de todos los días), es algo grave en tanto que me cuesta encontrarle sentido a las cosas cuando no llevan una banda sonora que los acompañe.

Peor aún es el hecho de que, en este mundo consumista es normal que pasen esas cosas, que todos los objetos dejen de srvir después de un tiempo y te veas en la necesidad de adquirir otro, además de lo mal que suenan otro tipo de audífonos (se ve uno en la necesidad de comprar, si es que quieres una calidad decente, los de marca iPod también), como si estuvieran cantando desde el interior de una lata vacia de refresco, como aquellos “teléfonos” que hacíamos de niños en donde se unian, precísamente, dos latas con un cordón y parecía que escuchábamos y entendíamos lo que la persona en la otra orilla de nuestro invento dijera.

Ahora, cada vez que escucho a David Byrne (por que eso oía en el fatal momento) no puedo evitar recordar el triste evento que dejó a mi iPod como Raquel dejó a Van Gogh, sin una oreja, así que el mundo sólo está medio musicalizado, la otra mitad de mi vida, soporta el claxon, los gritos, el ruido…